
09 Jul Leticia Hernández. Orgullo de salinera
En el sur de La Palma hay un paisaje que es diferente a todo lo que hayamos podido ver en la isla: las salinas de Fuencaliente. Es un lugar en blanco (de la sal) y negro (de la roca volcánica) que se construyó en 1967 por Fernando, el abuelo de Leticia Hernández, la única mujer salinera de La Palma.
«Poco después de que mi abuelo construyera las salinas, que ya de por sí fue una empresa arriesgada porque el oficio estaba en claro declive, el volcán Teneguía entró en erupción y pasaron dos años de penurias sin poder trabajar.» Hoy, en efecto, el paraje alrededor de la explotación salinera es claramente apocalíptico, con grandes lenguas de lava petrificadas a pocos metros de las piscinas salineras.
«Después de aquello, mi abuelo y mi padre, que eran muy cabezotas, decidieron seguir adelante con las salinas y hoy somos mi hermano y yo quien las explotamos», cuenta Leticia sin perder la sonrisa.
«El proceso es sencillo: bombeamos agua de mar hasta la charca madre, que es la más elevada, para después ir llenando el resto de piscinas por decantación. Cuando el agua se evapora, queda la sal. La del fondo la recogemos con un rastrillo y la secamos al sol. La que cristaliza en la superficie del agua, la famosa flor de sal, se recolecta con un cedazo. Esa es la tarea más dura y difícil de todas, porque las herramientas pesan mucho y aquí hace mucho calor».
Leticia y su hermano no solo recogen y venden sal: son la herencia viva de una tradición artesanal que viene de sus abuelos, sí, pero también de generaciones y generaciones de personas que siguen perpetuando las mismas técnicas de recolección desde hace más de 2.000 años.
Fuente: Traveler.es