23 Jun La Palma es mucha más que una Isla Bonita
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by Salinas
Verde y brumosa, esta isla canaria con forma de punta de flecha es un paraíso para realizar excursiones por volcanes que se alzan como miradores sobre el vasto Atlántico
Sergi Ramis / National Geographic
Bendecida por las lluvias, La Palma es la más verde de las islas Canarias. Selvas casi insondables se ocultan en su interior, aun cuando el centro de la isla lo ocupe un desierto mineral pintado de mil colores que se erige como su gran protagonista paisajístico, la ciclópea Caldera de Taburiente.
FOTO: SAÚL SANTOS1 / 14EL TECHO DE LA ISLACaminar por el Roque de los Muchachos es un salto adelante en el tiempo, de cuando tengamos colonias en Marte. Multitud de instalaciones de investigación astrofísica se desperdigan por un erial de piedra volcánica. Edificios blancos relucientes, cúpulas que ocultan telescopios, gigantescos espejos de células hexagonales que captan la energía del sol, enormes antenas que esperan recibir el aviso de que ahí fuera, en otro extremo del Universo, hay alguien que tiene algo que decirnos.El viajero, sin necesidad del traje de cosmonauta, camina por un silencio mineral a 2400 m de altitud y contempla un espectáculo natural que lo empequeñece hasta el extremo. Aquí la tierra hirviente un día se cuajó y dejó un territorio friable por el cual avanzar no es sencillo pero sí tremendamente impactante. Los cuervos a duras penas pueden vencer la fuerza del viento y flotan en el aire, despeinados. Las plantas reptan, superando como pueden la incoherencia de un suelo en el que parece imposible que arraigue vida vegetal.
FOTO: SAÚL SANTOS2 / 14SENDEROS QUE TOCAN EL CIELOEl espectáculo, en su conjunto, es de una belleza acongojante. Las montañas más altas de La Palma se alinean aquí: Pico de la Cruz, Pico de las Nieves, Punta de los Roques. Todas sobrepasan con holgura los dos mil metros de altitud y se ofrecen como atalayas para contemplar buena parte de la isla, el Atlántico, siempre encabritado, y la silueta turbia de los guardaespaldas: La Gomera y Tenerife.Para llegar al Roque de los Muchachos se salva una carretera que mantiene a los viajeros pegados al respaldo del coche. La inclinación de la vía parece insostenible. Y, sin embargo, persevera durante largos minutos en el ambiente fragante de los enormes y rectilíneos pinos canarios, ese árbol autóctono esqueleto de tantos barcos de guerra pretéritos que se ríe del fuego gracias a la densidad de su resina. Casi sin transición, el bosque desaparece y el desierto de roca rojiza aparece, batido por el viento. En realidad, se llega aquí al labio norte de la inmensa Caldera de Taburiente, una montaña volcánica que se vació por una grieta en su lado meridional y dejó este monumento natural de 8 km de diámetro.
FOTO: SAÚL SANTOS3 / 14ADRENALINA PURAEl sendero que recorre el borde de la caldera permite coronar con relativa facilidad diversas cumbres. Desde ellas se desploma verticalmente la ladera interior, en ocasiones bajando hasta más de mil metros de golpe por unas barrancadas que se desmenuzan por el exagerado desnivel y por el efecto de las lluvias. Hay que apurarse, dentro de cinco mil años este paraje se habrá derrumbado del todo, pronostican los geólogos.El viento mueve arena alocadamente, y obliga al senderista a mantener los ojos ajustados como simples ranuras. Pero es este fenómeno tan impertinente el que también permite la nitidez de unas vistas que sorprenden por la sutileza de los cambios de color. La piedra volcánica exprime el pantone y se mueve entre un amarillo sulfuroso hasta un marrón tabaco pasando por una gama maravillosa de rojos, naranjas y ocres a veces veteados por grises y verdes cúpricos.
FOTO: SAÚL SANTOS4 / 14FLORA Y ESTRELLASRompiendo el discurso rocoso, enhiesto como un mayordomo, el tajinaste azul es una flecha violácea que solo crece en este sector de la isla. Se hace acompañar del amarillo del codeso y la retama, del añil de la violeta de La Palma y refuerza, en algunos tramos, la sensación de estar transitando por otro planeta. Gracias a la pureza de este lugar, La Palma fue el primer lugar del mundo en ser declarado Reserva Starlight, es decir, un enclave privilegiado para la observación del firmamento. Por el lado opuesto, la Caldera de Taburiente parece las fauces de un monstruo caluroso que te va a fundir tan pronto te atrevas a adentrarte por sus crueles cuestas. Es un engaño, hay agua.
FOTO: SHUTTERSTOCK5 / 14EL PASO NO ES EL FAR WESTLa mayoría de visitantes de la isla penetran en el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente desde la localidad de El Paso. Que no remite a fronterizos territorios del Lejano Oeste sino precisamente a que es el punto por el que tradicionalmente se ha entrado al gran embudo. Allí están las excursiones más afamadas del paraje rocoso. Aunque no se trata del desierto esperado, sino de un lugar que recoge las lluvias por el mineral poroso y da paso a más de 70 manantiales que se escurren en algunos parajes como serpientes perezosas y en otros como cataratas presurosas. El Barranco de las Angustias es estacional, puede estar seco o peligrosamente inundado. Por él se encaraman los senderistas. Buscan cascadas como La Desfondada, que hace brillar una pared de mil colores forrada de musgo que recuerda cerámica vidriada de Antoni Gaudí.Por estos congostos se adentró uno de los padres de la geología del siglo xix, el alemán Leopold von Buch. Le extrajo jugo al asunto, llegó a escribir ocho volúmenes describiendo la naturaleza física del archipiélago canario.
FOTO: SAÚL SANTOS6 / 14LA MÁS VERDELa Palma, la antigua Benahoare de los auaritas, es un triángulo isósceles, un diente que le clava dentelladas al Océano Atlántico. Gracias a la verticalidad de la Caldera de Taburiente, que opone una formidable barrera al paso de los vientos alisios, estos tienen que remontar sus laderas y entonces se condensa su carga de humedad, en lo que se conoce como «lluvia horizontal». Eso convierte a La Palma en la isla más verde de Canarias. Todo el mundo ama su terruño, pero los palmeros han dado con la mejor de las definiciones para su hogar: Isla Bonita. Tan sencillo como exacto.
FOTO: SHUTTERSTOCK7 / 14UN LITORAL POCO BAÑISTAPara los hedonistas, tal vez no sea La Palma la mejor de las opciones. Se trata de una isla cuyo litoral está recortado por acantilados inaccesibles, y las playas se cuentan con los dedos de una mano. La de los Cancajos, en la cara oriental, cuenta con numerosos equipamientos turísticos. Las demás, pequeños arenales resguardados milagrosamente entre cabo y cabo del persistente viento y del feroz oleaje atlántico. No es este un mar, lleno de corrientes y con el agua fría, propicio al baño diletante. Por eso los isleños se las han arreglado para crear los «charcos». Son pequeños muros que cierran los salientes de la costa y generan piscinas artificiales que se llenan y vacían con las mareas. Allí niños y mayores pueden nadar y chapotear tranquilos, mientras al otro lado de la pared el océano, cual lobo de cuento, sopla y empuja y el muro quiere derribar. Uno de los charcos mejor integrado en el paisaje y más placentero es el de Fajana, en la sugerente localidad de Barlovento. Algo más al sur, muy popular, está el Charco Azul. La costa palmeña queda en realidad reservada para una de las actividades económicas más importantes de la isla, junto con el turismo: el cultivo del plátano. El litoral está literalmente alfombrado de plantaciones de esa fruta, extensiones increíbles que otorgan el aspecto de una esterilla verde dispuesta sobre el enlutado mineral volcánico. A menudo son los terrenos más llanos en una isla de desniveles atroces, lo que facilita la actividad.
FOTO: SAÚL SANTOS8 / 14LAURISILVA, CASCADAS Y PASEOS DINOSAÚRICOSMuy cerca de la costa nororiental palmeña aparece un prodigio inesperado: la laurisilva. En el Parque Natural de las Nieves la profusión de colifloriformes tiles, cenicientos viñátigos, sinuosos palos blancos, cariados laureles, canijos acebiños, despeinados barbuzanos, despellejados madroños, barnizados peralillos, lanceoladas fayas y medicinales brezos, más la acumulación de agua, proporciona la excusa perfecta para una de las experiencias más hermosas por este territorio selvático. El camino comienza con la espectacular cascada de Los Tiles o los Tilos y se adentra después por el Barranco del Agua, un desfiladero estacional que la mayoría acomete en bajada, aunque la experiencia de realizarlo en sentido ascendente es muy gratificante. Envuelto por formidables helechos gigantes, el senderista avanza por un terreno dinosáurico que tiene, sin embargo, un objetivo humanizado, los nacientes de Marcos y Cordero.
FOTO: SAÚL SANTOS9 / 14EL SENDERO DEL TERRATENIENTEMarcos Roberto de Montserrat fue el terrateniente y político catalán del siglo xvi al que se le ocurrió canalizar el agua que brotaba de la montaña. Cordero –su nombre de pila no ha trascendido–, el ingeniero que a finales del siglo xix convirtió la primitiva canalización de pino canario en una de hormigón que requirió la construcción de hasta trece túneles por los que hoy los senderistas discurren entretenidos, aunque algunos de ellos obliguen a chapalear y a tomar violentas duchas por las filtraciones del techo. La aventura empresarial de hace más de cien años todavía se aprovecha ahora para abastecer de agua dulce a buena parte de la isla. Y, además, se ha convertido en una de las rutas montañeras más populares.Muy pocos kilómetros al sur se halla el barranco del Cubo de la Galga. En un recodo de la carretera LP-1, contentos bípedos dejan su vehículo junto a la caseta del guarda forestal y se adentran por un mundo oscuro, una selva tan impenetrable que provoca la noche tan pronto se empieza a caminar por ella. Es una formidable ascensión por un universo de lianas, líquenes colgantes, árboles musgosos, piedras lixiviadas, aroma a hongos e (imaginados o no) ojos que te escrutan desde la fronda. Los senderos palmeños están cuidados y bien señalizados, conscientes las autoridades de que la declaración de la isla como Reserva de la Biosfera se mantendrá siempre y cuando la gestión del medio sea sostenible. Ello provoca que un sinfín de curiosos con botas hormigueen por su bosque.
FOTO: SAÚL SANTOS10 / 14LA CARA MÁS URBANAComo plantas rupícolas, las localidades de La Palma se agarran a salientes y se encaraman por laderas verticales, a veces en terreno que no parece juicioso. Pero es que en esta isla los pocos llanos están reservados para la agricultura del plátano y el tomate. Los humanos deben alagartijarse y vivir en las paredes. Y aún así, han creado pueblos bellos como Tazacorte o San Andrés, miniaturas cubanovenezolanas. Casitas con balcones de madera levantadas en piedra volcánica a las que se les da un toque de cal y se visten las puertas y ventanas de colores pastel para recordar que estamos en territorio cuasi tropical.Así es también Santa Cruz, la capital isleña, una ciudad de apenas 40.000 habitantes que se encara a la fachada litoral pero que enseguida comienza a trepar por la ladera, hasta alcanzar el Santuario de las Nieves, una iglesia clásicamente canaria, con su espadaña y su balaustrada labrada. Modesta, con un interior barroco. Es uno de los más venerados centros de peregrinación cristiana de la isla y un buen mirador sobre la línea costera que asoma a Tenerife. Entre las calles del núcleo antiguo de la ciudad se abren espacios hermosísimos, como la plaza de España, un conjunto de edificios renacentistas donde domina la iglesia del Salvador.
FOTO: ISTOCK11 / 14Y PARA AVITUALLARSETanto paseíto despierta el hambre, lo que es una noticia feliz, pues la gastronomía palmeña es un recital de sabrosos pescadotes con nombre de centrocampista brasileño (alfonsiño), de ferroviario (fogonero), algunos irreverentes (vieja) y otros enigmáticos (cherne o medregal). Todos ellos, una explosión de yodo y frescura. Los más carnívoros rememoran la austeridad de La Palma de antes del turismo, pues dominan los platos de cabra y conejo. Y quienes buscan sensaciones desconocidas apuestan por el potaje de berros y desayunan gofio, una dulzona harina de cereales tostados que era alimento de pobres y ahora área de experimentación para cocineros de alta gama. Los golosos se funden de placer al meterse en la boca una cucharada de bienmesabe o de frangollo. Todo ágape, claro, bajo la presidencia de sus majestades, las papas arrugás. Atiborrado, al comensal no le extraña recibir la cariñosa inquisitoria de la camarera: «¿Le gustó, m’hijo?».
FOTO: ISTOCK12 / 14EL VALLE DE LOS DRAGOSCuesta abandonar la sombra de un delicado franchipán, el árbol que decora muchos rincones palmeños. Pero si se desea seguir con los portentos paisajísticos hay que arrancar, sacudirse la pereza y encontrar Las Tricias –aldea desparramada por una ladera de Puntagorda–, tras haber trazado mil curvas. Allí, cuesta abajo, un sendero lleva al pie de brócolis leñosos de tamaño descomunal. Se acumulan en esa ladera dragos antediluvianos. Son los árboles más hermosos de las Canarias, una inflorescencia que alcanza los diez metros de altura y cuya sangre –la savia es roja– tiene propiedades mágicas y medicinales, lo que viene a ser lo mismo.Este valle agrupa la mayor concentración de dragos de las Canarias. Motean el paisaje aquí y allá, a veces se juntan de tres en tres o se muestran melancólicos y solitarios. Al fondo del barranco, se arriman a un cortado rocoso donde los originarios habitantes auaritas habitaron unas cuevas que se pueden visitar. Es un valle apartado, colonizado por otros seres que también parecían extinguidos, los hippies que han construido casitas de madera entre los huecos de la lava y desde sus muros pintados con lemas pacifistas reclaman un mundo amistoso y menos predador.
FOTO: SHUTTERSTOCK13 / 14RUTA ENTRE CRÁTERESDicen quienes entienden de vomitonas magmáticas que cuanto más al oeste, más jóvenes son las islas Canarias. La Palma, alineada en el oeste con El Hierro, atestigua eso con la más reciente gran erupción vivida –exceptuando la del volcán submarino herreño en 2011– en el archipiélago. Hace solo 50 años el volcán Teneguía estalló y generó el último gran cambio paisajístico de la zona. Era octubre de 1971 y el golpe de genio destruyó una playa pero generó otra nueva, modificó las laderas donde ahora, como si nada, se cultiva la mítica malvasía canaria.Recorrer lo que en apariencia es un caos negro de conos volcánicos es lo que propone la Ruta de los Volcanes, que parte del refugio del Pilar y obliga al paseante a cubrir algo más de 20 km hasta llegar al confín meridional de La Palma. Se cruzan hasta siete cráteres, entre ellos Hoyo Negro, Duraznero o Las Deseadas. ¡Qué nombres!
FOTO: SAÚL SANTOS14 / 14UN ADIÓS ENTRE SALINASY cuando las piernas están diciendo basta de un descenso de más de cuatro horas y la piel pide clemencia al sol y al viento, se desemboca en un paisaje bitono, las salinas de Fuencaliente. Allí termina la isla, en un faro, como debe ser. A sus pies, la tradicional explotación de sal que mantiene una familia desde hace tres generaciones. El jugo del mar exprimido brilla sobre la lava y se solidifica hasta convertirse en la única roca comestible para los humanos, un pellizco de sabor y de vida, un sinónimo de lo que es La Palma. ❚